jueves, 7 de octubre de 2010

Diferido

Cerca de Loma Chata, provincia de Mendoza, hay una pequeña ciudad. Típica ciudad humilde de provincia. O al menos así lo fue. Poco a poco, por eso que llama la glebalización o globalizamiento, esas cosas que inventan los citadinos para vendernos cualquier cosa, en fin, poco a poco se fue urbanizando. Yo, Carlos Guzmán, me crié ahí. Era el año 86 y yo cumplía los... ¿Cuatro años? cuatro años por esa época, si la matemática o la memoria no me fallan. Un bendito día llegaron unos hombres con unos cables, unas antenas. Hablaron en la plaza, y nos maravillaron con lo que trajeron: Televisión. Por mis pagos no conocíamos mucho de nada. La radio no agarraba señal. Los diarios no los repartía nadie por ahí. El problema, me explicó mi papá, era que la señal de Mendoza no alcanzaba hasta Loma Chata, la de La Pampa tampoco, pero la de San Luis sí. Entonces nos juntábamos todos en la proveduría de Don Hugo a ver el noticioso. Y resulta que todo lo que veíamos eran noticias viejas de San Luis. Por eso las viejas decían "Vamos a ver el diferido a lo del Hugo". En el año que yo cumplí doce, mil nueve... Mil nueve algo, seguíamos viendo el diferido no más. Pero no todos sabían que eran noticias viejas de otro lado; "El diferido" era para la gente el nombre de la tele. Y le creían al diferido. Se cuidaban de los terremotos viejos que habíamos sentido hace dos o tres días. Mi mamá no me dejaba salir a jugar cuando decía que había tormenta, pero yo me escapaba y dormía la siesta al solcito. El 9 de Julio lo celebrábamos el 11. Pero nadie se daba cuenta. Y todo así. Le creían más al noticiero que a sí mismos. Pero se dio que Diocito quiso que me vaya para la capital, y acá estoy en Buenos Aires no más. Allá todo sigue igual, la llamo a la vieja dos días después para decirle feliz cumpleaños. Y no extraño che. Acá es casi todo igual que allá eh. Miran la tele y le creen todo. Por lo menos son noticias del mismo día.